sábado, 22 de octubre de 2016

ESCRITORAS





El día de las escritoras pasó para mí sin pena ni gloria. No me convence. No creo que sirva para mucho más que iluminar a las autoras durante 24 horas, para echarlas al olvido inmediatamente después y ojalá me equivoque. Pero, en fin, dice mi amiga Ana Campoy que un día de luz es mejor que nada, y en eso estoy de acuerdo. 

El caso es que, a raíz de la celebración de ese día, me ha dado por repasar las lecturas de mi vida. No todas, claro, solo las que vienen a mi mente en primer lugar. Los libros que me han llevado a amar a sus autores, sean hombres o mujeres, y a querer, a necesitar que me den más.

En mi modestísima biblioteca hay más libros de hombres que de mujeres y, sin embargo, me he dado cuenta de que pesan más ellas que ellos. Y he descubierto que no necesito revisar los lomos para recordar a mis autoras.
Enid Blyton fue mi primera adicción literaria. Mi primer síndrome de abstinencia. Años después llegaron para quedarse Simone de Beauvoir, Rosa Chacel, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet, Montserrat Roig, Rosa Montero, Marguerite Duras, Isabel Allende, Patricia Highsmith, Cornelia Funke, Doris Lessing, K.J. Rowling, Almudena Grandes… Ya paro aquí. Todas han tenido y tienen un peso en mi vida. De todas hay un libro que me ha estrujado el corazón y me ha cambiado, de una u otra manera.
Las he nombrado, no a todas, ni en el orden en que llegaron, ni por género literario, ni por la edad del lector para el que escriben, sino tal y como me han venido a la cabeza. 
Y es entonces cuando descubro, a raíz del día de las escritoras, que aunque he leído más libros escritos por hombres, son más las mujeres que llegaron a mi vida para quedarse. Y quería hacerlo constar. Como homenaje a todas ellas. A las que recuerdo, a las que he olvidado y, sobre todo, a las que ha olvidado la historia.